Las lágrimas de papá Noel
El arbolito estaba pobre, apenas titilaban algunas de sus luces y otras esperaban la cola de electrones. Cuando estos se ponían en fila, como esperando su turno, se ponían de acuerdo un electrón machito con una hembrita y saz; parpadeaban sus luces.
Me puse a pensar que esas luces se parecían a los semáforos en una intersección entre una avenida importante con una calle. De un lado pasaba una lucesita y, del otro; una lluvia de luces a todo tropel.
Imaginaba que en el cielo, en el de acá nomas, también había semáforos que dirigían el transito de los papás Noel. Los muchos pasaban a todas luces llevando sus regalos, y los menos siempre quedaban detenidos en el semáforo de la intersección.
Seguramente esperando los semáforos de la vida que por alguna extraña razón no les permiten llegar con mayor continuidad a los hogares menos afortunados. Quizás solo de eso se trataba, de unas simples luces que señalan los caminos, y no de un Papa Noel que no lee las cartitas. Ni de niños malos que por portarse mal no reciben regalos.
Las luces del arbolito continuaban titilando, insistente, pausadas; como tantas preguntas que por no contener respuestas se repiten en otra Navidad que pasa.
Papá Noel quizás estará detenido en un semáforo, mirando distante las calles perdidas. Sus lágrimas caerán en algún pasaje, donde un niño triste recibe el mensaje. Papá Noel no pudo venir, quisiera decirle, porque papá esta sin trabajo. O simplemente decirle; papá Noel no viene a los hogares donde no hay dinero. Simple, rasante como el vuelo de un papá Noel en una navidad tormentosa.
Pero simplemente, detenido en la intersección de la circunstancia, dejó caer sus lágrimas sobre los niños pobres, que aquella noche quedaron sin sus regalos.
(Carlos Polleé)
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