El pecado


Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios el el. 2Corintios 5:21


El pecado, esa palabra que asusta tanto al que se dice ser religioso, y que es causante de burlas por parte de los incrédulos; pero que está tan metido entre los humanos, y entretejido que muchas veces hasta nos cuesta discernirlo.

El pecado no debiera asustarnos tanto, porque cuando más esfuerzos hacemos para que no nos perturbe, pareciera que con mayor fuerza creciera, y muchas veces adoptamos una postura tan religiosa que sencillamente nos amparamos detrás de una máscara.

Tratamos de batallar con algo que es fuerte como la muerte, y parecemos hasta graciosos ocultos detrás de esa máscara que lo único que hace es darnos una apariencia por un tiempo, pero en cuanto se manifiesta algo de ese pecado que llevamos ocultos nos sentimos morir.

Es que, dice la Biblia, que Jesús por amor a nosotros se hizo pecado, o sea que siendo santo y puro, algo que nosotros anhelamos pero no alcanzamos, tomó nuestro lugar de pecador, y con el pecador sobre sus espaldas fue a la cruz para crucificarlo allí.

Si consideras que tú estas colgado en aquella cruz no sufras más por el pecado que te acosa día a día, simplemente vive, tan sencillo como eso, vive, si eres justicia de Dios en Cristo, vive la vida que Dios te da, como una planta que ha sido injertada, ella no piensa, solo da el fruto.

Tu fruto será justicia de Dios, y no esos pequeños roces que tienes con el pecado cada día, que están puestos allí como espinas que pretenden lastimar tu sano crecimiento en Dios y procuran desanimarte.


No olvides que Jesús ganó la gran batalla, pero tu y yo tenemos cada día nuestra pequeña batalla, pero no es más ni menos que situaciones que nos ayudan a crecer, nos ayudan a amar y comprender, a ser tolerantes con los demás, y además nos ayudan a quitarnos esa máscara tan fea de suficiencia y la otra de, yo soy mejor que tú.

Tus conocidos incrédulos no podrán correrte con una fotografía obscena porque tu sabes que eres igual a ellos, con las mismas pasiones y deseos, pero la diferencia está en que de lo más profundo de tu interior nace aquella fuerza que proviene de Dios y te hace estar por encima de todas esas cosas.

Porque tu eres, nueva criatura en Cristo, primicia de Dios, planta de justicia.
Si aún no lo eres, pues bien, te invito hoy, a ampararte bajo las alas del amor de Dios, a ocultarte detrás de su justicia, a recibirlo en tu corazón como Dios y salvador.


Comentarios